viernes, 4 de septiembre de 2009

Tengo en mis manos el programa de “Preludio”… Me parece gratificante que entre tanto desaliento discepoliano, esta propuesta suene como la pregunta de Fito Páez “¿quién dijo que todo está perdido…?”
Vaya pues, como un modesto aporte a esta iniciativa, este documento que intenta acercar algunas reflexiones acerca del rol del Estado y sus políticas públicas en referencia a gestión cultural. Qué es lo que se debería hacer según las definiciones aceptadas del concepto cultura y qué es lo que se hace como práctica habitual.
Antes de pasar al documento mencionaré algunas citas de
Diferentes nociones de la cultura.
"La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad."
Edward Tylor.
"La cultura incluye todas las manifestaciones de los hábitos sociales de una comunidad, las reacciones del individuo en la medida en que se ven afectadas por las costumbres del grupo en que vive, y los productos de las actividades humanas en la medida que se ven determinadas por dichas costumbres"
Franz Boas (1930)
"Esta herencia social es el concepto clave de la antropología cultura, la otra rama del estudio comparativo del hombre. Normalmente se la denomina cultura en la moderna antropología y en las ciencias sociales. (...) La cultura incluye los artefactos, bienes, procedimientos técnicos, ideas, hábitos y valores heredados. La organización social no puede comprenderse verdaderamente excepto como una parte de la cultura"
B. Malinoswki (1931)
"La cultura en una sociedad consiste en todo aquello que conoce o cree con el fin de operar de una manera aceptable sobre sus miembros. La cultura no es un fenómeno material: no consiste en cosas, gente, conductas o emociones. Es más bien una organización de todo eso. Es la forma de las cosas que la gente tiene en su mente, sus modelos de percibirlas, de relacionarlas o de interpretarlas."
W.H.Goodenough (1957)
"La cultura se comprende mejor no como complejos de esquemas concretos de conducta, costumbres, usanzas, tradiciones, conjuntos de hábitos, planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones (lo que los ingenieros de computación llaman “programas”)- que gobiernan la conducta"
Clifford Geertz (1966)
"La cultura alude al cuerpo de tradiciones sociales adquiridas que aparecen de forma rudimentaria entre los mamíferos, especialmente entre los primates. Cuando los antropólogos hablan de una cultura humana normalmente se refieren al estilo de vida total, socialmente adquirido, de un grupo de personas, que incluye los modos pautados y recurrentes de pensar, sentir y actuar."
M. Harris (1981)
"Cultura se refiere a los valores que comparten los miembros de un grupo dado, a las normas que pactan y a los bienes materiales que producen. Los valores son ideales abstractos, mientras que las normas son principios definidos o reglas que las personas deben cumplir".
Anthony Giddens (1989


Idealicemos el rol del Estado en lo concerniente a cultura.-

“Menos la naturaleza todo es Cultura”. Esta afirmación presupone al menos una consecuencia: si el Estado tiene un organismo que se encarga de Cultura y no aclara cuál parcialidad de este Universo, se supone que lo hará de un modo, si no equitativo, al menos armónico.
Esto haría suponer que esta dependencia del Estado se encargaría de monitorear, evaluar, diagnosticar, proyectar, planificar y ejecutar acciones (en este orden) que conduzcan a un mejoramiento de este Universo. Pues este Universo que es la cultura, es en definitiva nuestra cosmovisión, por lo tanto, Cultura es lo que somos. Cultura, en tanto abstracción, es el saber, el intangible inmanente, detrás de cada tangible. De modo que, Cultura, como dependencia del Estado, sería aquel organismo que se ocupe del saber, el pensamiento, el conocimiento, la iluminación, la reflexión acerca de los saberes, los pensamientos, los conocimientos, y las propias reflexiones.
Visto de este modo, éste debería ser el Organismo Estatal Rector de todos los demás organismos y dependencias del Estado. Serviría para orientar y dirigir la sociedad. Entonces aceptaríamos como un acierto que Educación, como organismo del Estado, esté muy ligado a Cultura. Ya que siendo Educación, el organismo del Estado que forma (formatea) al ciudadano, (célula mínima del Estado), administra, dosifica, introyecta, cultura.
En definitiva, educación sería el brazo ejecutor del organismo estatal Cultura, para llevar adelante acciones. Estas acciones serían el último eslabón de la cadena de cometidos del organismo estatal Cultura.
De modo que si el organismo estatal Cultura no cumpliese con los cometidos mencionados, el organismo Educación quedaría sin dirección, sin marco de referencia, sin sentido, como un brazo suelto desconectado de su organismo de natural referencia.



Volvamos a la realidad.-
El pragmatismo de la aseveración “la política es el arte de lo posible” nos condujo a la aceptación del organismo estatal Cultura como un irrelevante apéndice del organismo estatal Educación. En este esquema, quedó Cultura como proveedor de entretenimientos, talleres y pasatiempos varios, relacionados con el escenario y tienen como modelo al negocio del “show bussines” variando su calidad, según el presupuesto asignado y fluctuando entre lo populista y lo “culto”.

La Cultura, la política y el Estado.-
La estructura vigente de las instituciones estatales denominadas “Cultura” están caracterizadas por su sometimiento a las vicisitudes políticas. La estructuración y la función de los organismos públicos están subordinados a las exigencias coyunturales de la lucha por el poder político.
Esto, es una obviedad decirlo, trae como consecuencia una falta de continuidad de planes, programas y proyectos. Consecuencia obvia también, es la ruptura permanente de sus formas organizativas.
Aunque atrás quedaron en la memoria las formas verde oliva de la dictadura, el proceso de empobrecimiento, férreo y obtuso, quedó instalado en el etos y aflora impiadoso e invisibilizado por la fuerza de la costumbre en el organismo estatal denominado Cultura.

Políticas de Estado.-
Las políticas culturales en general, más que políticas de Estado, suelen ser, con demasiada frecuencia, políticas de gobierno. O peor aún, políticas de sectores particulares, a veces ínfimos, en pugna entre sí. Obviamente, la acumulación de experiencias y conocimiento, motivo fundamental de la intervención del Estado, se pierde así irremediablemente.
Se genera de este modo, un estilo de gestión egocéntrico, cuya referencia es el sí mismo, que circunscribe las decisiones a las preferencias individuales de algunos funcionarios, con un fugaz pero sólido y a veces sórdido poder político.
Estas preferencias individuales capilarizan los recursos por un estrecho círculo de personas, simpatizantes, amigos y allegados que se conforman en torno a las sucesivas autoridades del área, pudiendo llegar en algunos casos a suculentos negocios privados a expensas del erario público.
Aquel antiguo mecenazgo ejercido con discrecionalidad por el aristócrata feudal devino en paradigma para el político.
Travestido de representante, se siente en lo íntimo, un aristócrata feudal en tanto puede ejercitar el poder sobre los recursos como si fueran propios. Basado en deseos personales, se percibe a sí mismo como carente de la obligación de dar cuenta de sus actos.
Este travestismo en el ordenamiento social no es inocuo, debilita la razón de ser del organismo estatal.
A diferencia del aristócrata, el Universo de representaciones simbólicas de los políticos, lejos de ser ricamente complejas como conjunto de abstracciones declarables, suele ser una mezcla ininteligible y contradictoria en términos de congruencia lógica.
Así, este “conde de la democracia”, suele referenciarse, directa o indirectamente, con su Majestad el mercado. Porque el mercado no sólo produce bienes materiales, es al mismo tiempo productor de símbolos, símbolos que el político a cargo de Cultura los replica, manifestando de este modo sus referentes y su falta de independencia intelectual.
Por otro lado, el mercado, productor y gerente general de los recursos mundiales, seduce y somete las voluntades. Somete con la amenaza del exilio. Aquel exilio medieval tan terrible y temido que condenaba a la no inserción en el conjunto social de pertenencia por alejamiento físico, devino en exilio por no pertenencia al conjunto social al cual el individuo se autoreferencia. Más que por alejamiento físico, por alejamiento del grupo social que maneja y disfruta de los recursos.
Por definición privado, el interés de las empresas que forman el mercado, no busca el bien común, su razón de ser es el beneficio propio. Seduce y somete, en la misma medida que produce símbolos y valores. El rol del Estado es contrapesar. Esto presupone independencia de poder por parte del Estado y sus funcionarios…
El emprendimiento privado por otra parte, suele generar organizaciones privadas autodenominadas culturales o “con fines culturales”. Estas organizaciones no tienen la obligación que si tiene el Estado. Desempeñan en general roles seudo culturales mientras son financiadas por empresas, como la única forma posible de sobrevivir. Es obvio que no tienen la obligación de dar cuenta del origen de los recursos, que si tiene el Estado.
Estas organizaciones, introyectan construcciones simbólicas de aparente interés común, pero siempre funcionales, jamás opuesta, a los intereses particulares del proveedor de los recursos.
Para cumplir con el rol de contrapeso sólo existe el Estado. A través de su organismo Cultura, está para contrarrestar la producción de símbolos y abstracciones de interés privado. Está para producir un conjunto armónico de símbolos y abstracciones como un todo estructural intangible al que el individuo se auto-referencie, escapando del sometimiento de infinidad de intereses privados llamado mercado y cuya consecuencia es la alienación.
Pero es muy difícil resistir a este poder. La amenaza de ese exilio tan temido del ámbito del modelo, induce inseguridad sobre el futuro personal en términos de sobrevivencia. Para enfrentarlo se requiere de talento, instrucción, conocimiento y concentración permanente y hasta de una vocación heroica ya que en general suele ser duro el castigo por atreverse a no recibir “ayuda” del mercado. Negarse a recibir ayuda equivale a enfrentarlo. Por lo tanto, no es difícil ser absorbido por este sistema que provee de recursos para el ejercicio del poder social público. Ni bien esto sucede, el poder político de la representación, queda, si no condicionado, al menos sospechado de falta de independencia y por lo tanto, debilitado por falta de credibilidad. En esta situación, suele suceder una afluencia contundente de mayor cantidad de recursos para revertir la falta de credibilidad. A partir de aquí se entra en un círculo vicioso cuyo final es previsible.
En cuestiones de políticas públicas referidas a cultura asistimos a una desestructuración del Estado, tanto por el escamoteo que los recursos le hacen al destinatario indiscutido, tanto por la reducción misma del presupuesto y por la derivación de estos recursos para otros fines. Hay en esto una doble ausencia, por un lado la ausencia de voluntad política para formular estrategias concertadas de desarrollo cultural, a mediano y a largo plazo, y por otro lado una ausencia de formación medianamente aceptable en los decisores.
No es de extrañar que en este contexto de jibarización de la cultura, se levante una oleada de intenciones privatistas, solapadas o falsamente justificadas arguyendo que el Estado no sirve para manejar estas cuestiones. Esto implica que, o bien se desconoce el motivo de la creación de Estado, o bien se intenta curar el mal con lo mismo que lo produce, como el criterio homeopático.
Si bien no se puede soslayar el contraste cuantitativo y cualitativo de los recursos, la voluntad y la formación medianamente aceptable de los decisores, ínfimos en el Estado y de una opulencia apabullante en el ámbito del mercado, es desconcertante en términos lógicos la situación paradojal, donde los sucesivos gobiernos, a través del organismo Cultura, lejos de producir material simbólico para la integración social como Estado, actúan como meros difusores y replicantes del material simbólico producido por el mercado.
Si alguien se pregunta el por qué de la indiferencia de la sociedad por estas cuestiones, habría que pensar, como Jack Lacan, si el silencio no es ya una elocuente respuesta.
Característico de las sucesivas gestiones estatales de cultura, es la búsqueda de una imagen pública democratizante que respalde la representación, ameritando el tránsito por el poder público. Se suele escamotear la generación de espacios propicios a la reflexión colectiva, evitando así la apertura a la diversidad de expresiones de la pluralidad social y política.
Suele suceder, si, claro, que detrás de invitaciones muy publicitadas de foros para la participación y la exposición de ideas esclarecedoras que influyan positivamente sobre el ciudadano, decepcionado o confundido (el ciudadano), vea cómo los recursos generosamente vertidos suelen desvirtuar los objetivos y promesas.
Es que articular intereses comunes a partir de las divergencias, en beneficio del conjunto, es, en términos de poder político, un camino sembrado de espinas, donde suele agazaparse quien arrebatará el poder político, sin contemplaciones ni disquisiciones filosóficas.
A efectos de mantenerse en el poder, se suele ver con mucha frecuencia, apelar a dos modelos, el populista y el conservador.
El modelo conservador propone valores fuera de toda discusión. Respaldado por el mármol, el bronce y el oro, es intransigente a cualquier intento de cambio. Celoso guardián de un unívoco orden, buen gusto, estética, decoro y valores. Cualquier intento de cambio es tomado como irreverencia, insubordinación, desorden, antiestético, inculto, mal gusto, indecoroso. Es un modelo de imposición. Trata a la cultura como patrimonio artístico ya construido, no como un proceso continuo de transformación. El poder político es guardián de este congelamiento y como celoso agente de aduana, cualquier intento de cambio es visto como un contrabando. Implícitamente se rotula de “inculto” a quien no se subordina.
El modelo populista apela al consejo del César. A través de la expectación, el ciudadano, objeto del poder, no el que ejerce el poder, se percibe participando, sin riesgos, pero sin crecimiento y por ende sin posibilidad de inserción en los estrechos círculos sociales que administran y derivan los recursos, que tienen además la posibilidad de reservar para sí la parte del león.
Es el modelo del evento, mega evento o festival con espectáculo (en el sentido espectacular), donde lo que certifica el acierto de la acción cultural es la cantidad de espectadores que atrae “el artista consagrado”. Es copia de lo que hace el mercado y que intencionadamente disfraza de democracia con la excusa de que no tienen que pagar la entrada. El modelo fue y es concebido por los medios masivos, además de ponderado, evaluado, sugerido y reproducido. El estado al replicarlo, deja de ser Estado y se funde con el mercado. Con los recursos públicos costea la propuesta del mercado con cifras que suelen ser suficientes como para resolver problemas que a la hora del show es mejor olvidar, so pena de no disfrutar el espectáculo.
El ciudadano, desconcertado, no logra descubrir el motivo de sus frustraciones para con la democracia, protesta por falta de satisfacciones difusas pero no logra enunciar propuestas estructuralmente lógicas. Quita crédito a sus representantes, sabe que está defraudado pero no sabe cómo.
Educar al soberano es entonces la tarea prioritaria de cultura, en tanto por educar se entienda mostrar cómo funciona la sociedad en la que vive.
Arq. Oscar Luna